Recuerdo con bochorno y una risa tonta las primeras palabras que le dije y como nos reímos. Recuerdo también que fue una de esas veces en las que alguien te causa un impacto. Hubo una reacción, un Big Bang. Su actitud pasota, sus tacos y que intuía en él que era un poquito cabrón fueron mezcla suficiente para una reacción química explosiva.
Y desde entonces una historia con tantos giros que es imposible no marearse.
Idas y venidas, discusiones, reconciliaciones, celos, risas, muchas risas. Y con el paso del tiempo aquí estamos.
Hay pocas personas que lleven en mí vida tanto como él. Pocas que hayan aguantado tantas cosas y a pesar de todo siga aquí, tendiéndome la mano, ofreciéndome el hombro, levantándome del suelo y tirándome de la oreja cuando es necesario. Es esa clase de relación que no espera nada. Que te escucha, te entiende y sabe ofrecerte lo que necesitas.
Convirtiéndose en alguien vital, en un pilar fundamental, sabiendo que si me falta temblarían los cimientos de mi estabilidad.
Ya apenas hablo de amor, de querer. Ha llegado un momento en que me resulta incluso incómodo demostrar cariño. Pero sé que entre él y yo lo hay y es de verdad. Es de esa manera de querer que no necesita palabras. Que solo con mirar a esa persona sabes lo que piensa y él sabe lo que piensas. Y que al igual que yo cojo su mano, él puede coger la mía.
- Yo soy de ti y tu eres de mí, nada más importa.
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